A mí me gusta tanto la música, que se me ocurrió que podía dibujar el jazz, el sonido. A través de todo este tiempo de usar el lápiz, se me ha soltado la mano y como el jazz es improvisación, creo que la puedo improvisar también escuchando la música, dibujándola.
Herrera amaba la música, para crear escuchaba jazz y música clásica. A partir de la década de los ochenta aparecen sus Series sobre el jazz, en donde escogía un tema específico que era interpretado y plasmado a través de una línea expresiva y suelta sobre el soporte, mayoritariamente en papel. Se aprecia una faceta distinta en cuanto al estilo, ya que de lo figurativo y decorativo da paso a la exploración del lenguaje abstracto y visceral.
Héctor Herrera nos sume en un mundo sinestésico: pinta y dibuja la música. Utiliza pasteles, crayones, témperas, carbones y pinta el jazz, plasmándolo en trazos venidos directamente desde el pathos de la música de Billy Evan, de Coltrane, Chick Corea, Duke Ellington y Miles Davis. Lo mismo hará con algunas piezas de música clásica y el recuerdo de ciudades como Salvador de Bahía, São Paulo o el Paseo Ahumada en sus horas caóticas, o con situaciones que lo estremecen como un homenaje abstracto, sombrío y doloroso a su amigo Rafael Ampuero tras su muerte. Pero es el jazz lo que configura la serie más extensa, en número y temporalidad. Es una obra original, de estilo propio, salida de una mente compleja. Una obra decidida, con márgenes definidos, títulos y anotaciones referentes al tema plasmado.
La selección presentada se encuentra íntegramente en el Archivo Héctor Herrera.